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Una Autoestima diferente… solo te baste la gracia de Dios

Una Autoestima diferente… solo te baste la gracia de Dios

Es verdad que el ser humano debe saberse amado para desarrollarse adecuadamente, pero no es necesario estárselo diciendo todo el día, como recomiendan los talleres de autoestima, para que él lo sepa.

Pero vale aclarar que no todos los halagos son forzosamente malos o perjudiciales. Hay palabras que hacen milagros y son los halagos bien hechos, esto es, dirigidos no a los talentos del niño: “Oh, qué guapo” “Oh, qué inteligente” “Oh, qué hábil” (de eso no tiene que enorgullecerse, pues le ha sido dado por Dios), sino dirigidos al recto aprovechamiento de los talentos recibidos para el servicio de los demás:

Al niño inteligente que explica la tarea al hermano pequeño, se le dirá “Qué bueno que estés usando para el bien la inteligencia que Dios te dio”. Al que es hábil con las manos y arregla algo que estaba descompuesto, se le elogiará, no la habilidad, sino “lo bien  que está aprovechando su habilidad manual”. De esta manera, desde pequeños los haremos conscientes de la gran responsabilidad que tienen por cada uno de los dones que les han sido dados.

De esa manera es como elogiaba Jesús a las personas:

“Ven, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en lo poco, yo te constituiré sobre lo mucho, entra en el gozo de tu Señor” Lo elogia no por sus cualidades, sino porque ha hecho buen uso de lo que había recibido.

A la viuda del templo, la alaba no por ser viuda o ser pobre, sino por lo que hizo con lo poco que tenía “Ella ha dado más que todos”

Sin embargo, también hay que cuidar que esos halagos por el recto uso de los talentos no generen “autoestima” en el niño, pues el hecho de que sepamos utilizar y aprovechar lo que nos han dado en bien de los demás, es simplemente lo normal, lo natural, lo que tenemos que hacer.

 

¿Autoestima O Amar a Dios?

Para muchas personas, la autoestima solamente depende de los logros y metas alcanzados, con independencia de las cualidades y peculiaridades de cada uno. Valorar la autoestima sólo por lo externo, a pesar de ser un punto de vista parcial, está cada vez más en boca: vales por lo que tienes, por lo que aparentas. No importa en realidad lo que eres.

La autoestima se entiende por amarte a ti mismo; aceptando tus defectos y cualidades y así llegar a ser una persona “realizada.” La verdadera felicidad no consiste en amarte a ti mismo, sino en saber que eres amado por Dios y tienes que ser responsable de dar ese amor a los demás.

Si cada día recuerdas que eres un hijo de Dios, que todo lo has recibido de Él y que tienes que entregar cuentas de eso que te han dado, será suficiente para que hagas bien todas las cosas, pero sin dejarte lugar alguno para el orgullo, pues sabrás que Él es el pintor y tú sólo el pincel, que Él es el escritor y tú sólo la pluma, que Él es el músico y tú eres sólo el violín, que Él es el escultor y tú sólo el cincel. Él es el que merece los aplausos ¿O acaso has oído a alguien que le aplauda a un pincel, a un violín, a un cincel?

 Como la felicidad de los santos, no recuerdo a un solo santo que haya sido santo “por amarse a sí mismo”. Más bien al revés: todos los ejemplos de los grandes santos nos hablan de su olvido de sí mismos para entregarse a los demás por amor a Dios.

¿Qué prefieres el honor de los hombres o el honor de Dios?

 La teoría de la “autoestima” de Freud nos dice que el alto concepto que tengamos de nosotros mismos y la confianza que tengamos en nosotros mismos y en nuestras capacidades es lo que nos hará ser personas “realizadas”.

 Cristo nos dice exactamente lo contrario: que para ser verdaderamente felices debemos negarnos a nosotros mismos, que primero están Dios y los demás y que uno debe ser el último. Nos asegura que, al negarnos a nosotros mismos y al poner las cosas en ese orden, entonces nos realizaremos como personas. La “autoestima”, por el contrario, nos lleva a que seamos nosotros el centro de nuestra atención (egocentrismo) y a que nos sirvamos primero a nosotros mismos (egoísmo).

Jesús nos dice más adelante: “No he venido a abolir la ley, sino a perfeccionarla” y la perfeccionó, dándonos un nuevo mandamiento, el Mandamiento del Amor: “Un nuevo mandamiento os doy: Que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado”, aquí sustituye el “como a ti mismo” por algo mucho más perfecto: “como Yo los he amado”.

¿Y cómo nos amó Jesús? Entregándose a sí mismo, olvidándose por completo de sí, renunciando a todo por amor a nosotros… y siendo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.

Aceptarse… como CATÓLICO

Lo opuesto a la autoestima  lo enseña el Evangelio

“Ama a tus enemigos, haz el bien a los que te odian”

“El que se enaltece, será humillado y el que se humilla será enaltecido”

“Quien quiera ganar su vida, la perderá y quien la pierda por amor a mí, ése la ganará”

“El que quiera ser el primero entre vosotros que sea el servidor de todos”

“Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros”

“Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por los amigos”

“No he venido a ser servido, sino a servir”

“Cuando ores, métete en tu cuarto y cierra la puerta para que nadie te vea”

Están también las Bienaventuranzas:

“Felices los pobres… los que tienen hambre… los que lloran… los mansos… los misericordiosos…”
“Felices seréis cuando os injurien y os persigan y digan toda clase de mal contra ustedes por mi causa… Alegraos y estad contentos porque su recompensa será grande en el cielo”

¿En dónde quedó la autoestima? En ningún lugar del Evangelio encontramos que Jesús diga: “Si quieres ser feliz, ámate a ti mismo”. Más bien dice todo lo contrario:

“El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo…”.

 Jesús reprueba la actitud del fariseo: «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás…» y alaba, en cambio, la actitud del publicano, que no se sentía digno: «Apiádate de mí, que soy pecador». Reprueba al que tiene una “elevada autoestima” y alaba al de la “baja autoestima”.

 Alaba la actitud del centurión que se declara indigno “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa”.

Le concede el favor a la mujer moabita que acepta ser comparada con un perro: “Los perrillos también comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”.

Los Padres de la Iglesia definen el pecado como “El amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios” y definen la santidad como “El amor a Dios hasta el desprecio de uno mismo.”

 Y volviendo al principio; La verdadera felicidad no consiste en amarte a ti mismo, sino en saberte amado por Dios y responsable de dar ese amor a los demás.

 Pues paso con San Pablo: «Y por eso, para que no me enaltezca con la sublimidad de esas revelaciones, me fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me gloríe. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: ‘Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza’. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte». 2Cor 12,7-10

 Termino con las palabras que pronunció la más grande de las mujeres, María, nuestra Madre Santísima, expresando las razones de “su autoestima”:

“Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de gozo en Dios mi salvador, porque se ha fijado en la humildad de su esclava. Desde ahora, Bienaventurada me llamarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí”

De ella, S.S. Benedicto XVI dice: “María es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios y no a ella misma” Deus Caritas est n.41.

Novena al Espiritu Santo

Novena al Espíritu Santo  

PRIMER DÍA
¡Espíritu Santo! ¡Señor de Luz! ¡Danos, desde tu clara altura celestial, tu puro radiante esplendor!

El Espíritu Santo

Sólo una cosa es importante: la salvación eterna. Por lo tanto, sólo una cosa hay que temer: el pecado. El pecado es el resultado de la ignorancia, debilidad e indiferencia. El Espíritu Santo es el Espíritu de Luz, de Fuerza y de Amor. Con sus siete dones ilumina la mente, fortalece la voluntad, e inflama el corazón con el amor de Dios. Para asegurarnos la salvación debemos invocar al Divino Espíritu diariamente, porque “el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros” (Rom 8,26).

Oración

Omnipotente y eterno Dios, que has condescendido para regenerarnos con el agua y el Espíritu Santo, y nos has dado el perdón de todos los pecados, permite enviar del cielo sobre nosotros los siete dones de tu Espíritu, el Espíritu de Sabiduría y de Entendimiento, el Espíritu de Consejo y de Fortaleza, el Espíritu de Conocimiento y de Piedad, y llénanos con el Espíritu del Santo Temor. Amén.    (Padrenuestro y
Avemaría, una vez. Gloria, 7 veces.)

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
(Se reza diariamente durante la novena)

De rodillas frente a la gran multitud de testigos celestiales me ofrezco, en alma y cuerpo, a Ti, Eterno Espíritu de Dios. Adoro la brillantez de tu Pureza, la inequívoca precisión de tu Justicia, y el poder de tu Amor. Tú eres la Fuerza y la Luz de mi alma. En Ti yo vivo, me muevo y soy. Deseo no contristarte nunca  por la infidelidad a la gracia, y ruego con todo mi corazón apartarme del mínimo pecado contra Ti.
Misericordiosamente cuida de mi íntimo pensamiento y concédeme que pueda siempre observar tu Luz, escuchar tu Voz, y seguir las inspiraciones de tu gracia. Yo me aferro a Ti y me entrego a Ti y te pido, por tu Compasión, que me cuides en mi debilidad. Sosteniendo los pies traspasados de Jesús y viendo sus Cinco Llagas, y confiando en su Preciosa Sangre y adorando su Costado y su Corazón Abierto, te imploro, Adorable Espíritu, Ayuda de mi enfermedad, mantenme en tu gracia, que nunca peque contra Ti. ¡Dame la gracia, Oh Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo, de decirte siempre que sí en todo tiempo y lugar. «¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!». Amén.

ORACIÓN POR LOS SIETE DONES DEL ESPÍRITU SANTO
(Se reza diariamente durante la novena)

Oh, Señor Jesucristo, que antes de ascender al cielo prometiste enviar al Espíritu Santo para completar tu obra en las almas de tus Apóstoles y discípulos, dígnate concederme el mismo Espíritu Santo para que Él perfeccione en mi alma la obra de tu gracia y de tu amor. Concédeme el Espíritu de Sabiduría para que pueda despreciar las cosas perecederas de este mundo y aspirar sólo a las cosas que son
eternas, el Espíritu de Entendimiento para iluminar mi mente con la luz de tu divina verdad, el Espíritu de Consejo para que pueda siempre elegir el camino más seguro para agradar a Dios y ganar el Cielo, el Espíritu de Fortaleza para que pueda llevar mi cruz contigo y sobrellevar con coraje todos los obstáculos que se opongan a mi salvación, el Espíritu de Conocimiento para que pueda conocer a Dios y conocerme a mí mismo y crecer en la perfección de la ciencia de los santos, el Espíritu de Piedad para que pueda encontrar el servicio a Dios dulce y amable, y el Espíritu de Temor de Dios para que pueda ser lleno de reverencia amorosa hacia Dios y que tema en cualquier modo disgustarlo. Márcame, amado Señor, con la señal de tus verdaderos discípulos y anímame en todas las cosas con tu Espíritu. Amén.

SEGUNDO DÍA
¡Ven, Padre de los pobres. Ven, tesoros que sostienes. Ven, Luz de todo lo que vive!

El don del Temor

El don del Santo Temor de Dios nos llena con un soberano respeto por Dios, y nos hace que a nada temamos más que a ofenderlo por el pecado. Es un temor que se eleva, no desde el pensamiento del infierno, sino del sentimiento de reverencia y filial sumisión a nuestro Padre Celestial. Es el temor principio de sabiduría, que nos aparta de los placeres mundanos que podrían de algún modo separarnos de Dios. “Los que temen al Señor tienen corazón dispuesto, y en su presencia se humillan” (Ecl 2,17).

Oración
¡Ven, Oh bendito Espíritu de Santo Temor, penetra en lo más íntimo de mi corazón, que te tenga, mi Señor y Dios, ante mi rostro para siempre, ayúdame a huir de todas las cosas que te puedan ofender y hazme merecedor ante los ojos puros de tu Divina Majestad en el Cielo, donde Tú vives y reinas en unidad de la siempre Bendita Trinidad, Dios en el mundo que no tiene fin. Amén.     (Padrenuestro y Avemaría, una vez. Gloria, 7 veces. Acto de Consagración y Oración por los siete dones)

TERCER DÍA
Tú, de todos los consoladores el mejor, visitando el corazón turbado, da la gracia de la placentera paz.

El don de Piedad

El don de Piedad suscita en nuestros corazones una filial afección por Dios como nuestro amorosísimo Padre. Nos inspira, por amor a Él, a amar y respetar a las personas y cosas a Él consagradas, así como aquellos que están envestidos con su autoridad, su Santísima Madre y los Santos, la Iglesia y su cabeza visible, nuestros padres y superiores, nuestro país y sus gobernantes. Quien está lleno del don de Piedad
no encuentra la práctica de la religión como deber pesado sino como deleitante servicio. Donde hay amor no hay trabajo.

Oración
Ven, Oh Bendito Espíritu de Piedad, toma posesión de mi corazón. Enciende dentro mío tal amor por Dios que encuentre satisfacción sólo en su servicio, y por amor a Él me someta amorosamente a toda legítima autoridad. Amén. (Padrenuestro y Avemaría, una vez. Gloria, 7 veces. Acto de Consagración y Oración por los siete dones)

CUARTO DÍA
Tú, en la fatiga dulce alivio, refresco placentero en el calor, solaz en medio de la miseria.

El don de Fortaleza

Por el don de Fortaleza el alma se fortalece ante el miedo natural y soporta hasta el final el desempeño de una obligación. La fortaleza le imparte a la voluntad un impulso y energía que la mueve a llevar a cabo, sin dudarlo, las tareas más arduas, a enfrentar los peligros, a estar por encima del respeto humano, y a soportar sin quejarse el lento martirio de la tribulación aún de toda una vida. “El que persevere hasta el fin, ese se salvará”(Mt 24,13).

Oración
Ven, Oh Espíritu de Fortaleza, alza mi alma en tiempo de turbación y adversidad, sostiene mis esfuerzos de santidad, fortalece mi debilidad, dame valor contra todos los asaltos de mis enemigos, que nunca sea yo confundido y me separe de Ti, Oh mi Dios y mi máximo Bien. Amén  (Padrenuestro y Avemaría, una vez. Gloria, 7 veces. Acto de Consagración y Oración por los siete dones)

QUINTO DÍA
¡Luz inmortal! ¡Divina Luz! ¡Visita estos corazones tuyos y llena nuestro más íntimo ser!

El don del Conocimiento

El don del Conocimiento permite al alma darle a las cosas creadas su verdadero valor en su relación con Dios. El conocimiento desenmascara la simulación de las creaturas, revela su vacuidad y hace notar sus verdaderos propósitos como instrumentos al servicio de Dios. Nos muestra el cuidado amoroso de Dios aún en la adversidad, y nos lleva a glorificarlo en cada circunstancia de la vida. Guiados por
su luz damos prioridad a las cosas que deben tenerla y apreciamos la amistad de Dios por encima de todo. “El conocimiento es fuente de vida para aquel que lo posee” (Prov 16,22).

Oración
Ven, Oh Bendito Espíritu de Conocimiento, y concédeme que pueda percibir la voluntad del Padre; muéstrame la nulidad de las cosas de la tierra, que tenga idea de su vanidad y las use sólo para tu gloria y mi propia salvación, siempre por encima de ellas mirándote a Ti y tus premios eternos. Amén. (Padrenuestro y Avemaría, una vez. Gloria, 7 veces. Acto de Consagración y Oración por los siete dones)

SEXTO DÍA
Si tu apartas tu gracia, nada puro permanecerá en el hombre, todo lo que es bueno se volverá enfermo.

El don del Entendimiento

El Entendimiento, como don del Santo Espíritu, nos ayuda a aferrar el significado de las verdades de nuestra santa religión. Por la fe las conocemos, pero por el entendimiento aprendemos a apreciarlas y a apetecerlas. Nos permite penetrar el profundo significado de las verdades reveladas y, a través de ellas, avivar la novedad de la vida. Nuestra fe deja de ser estéril e inactiva e inspira un modo de vida que da elocuente testimonio de la fe que hay en nosotros. Comenzamos a “caminar di gnos de Dios en todas las cosas complaciendo y creci endo en el conocimiento de Dios”.

Oración  
Ven, Oh Espíritu de Entendimiento, e ilumina nuestras mentes, que podamos conocer y creer en todos los misterios de la salvación, y que por fin podamos merecer ver la eterna luz en la Luz, y en la luz de la gloria tener una clara visión de Ti y del Padre y del Hijo. Amén. (Padrenuestro y Avemaría, una vez. Gloria, 7 veces. Acto de Consagración y Oración por los siete dones)

SÉPTIMO DÍA
Sana nuestras heridas, renueva nuestra fuerza. En nuestra aridez derrama tu rocío. Lava las manchas de la culpa.

El don de Consejo

El don de Consejo dota al alma de prudencia sobrenatural, permitiéndole juzgar con prontitud y correctamente qué debe hacer, especialmente en circunstancias difíciles. El Consejo aplica los principios dados por el Conocimiento y el Entendimiento a los innumerables casos concretos que confrontamos en el curso de nuestras diarias obligaciones en tanto padres, docentes, servidores públicos y ciudadanos cristianos. El Consejo es sentido común sobrenatural, un tesoro invalorable en el tema de la salvación. “Y por encima de todo esto, suplica al Altísimo para que enderece tu camino en la verdad” (Ecl 37,15).

Oración
Ven, Oh Espíritu de Consejo, ayúdame y guíame en todos mis caminos para que siempre haga tu Santa Voluntad. Inclina mi corazón a aquello que es bueno, apártame de todo lo que es malo y dirígeme por el sendero recto de tus Mandamientos a la meta de la vida eterna que yo anhelo. Amén. (Padrenuestro y Avemaría, una vez. Gloria, 7 veces. Acto de Consagración y Oración por los siete dones)

OCTAVO DÍA
Dobla la voluntad y el corazón obstinado, funde lo que está helado, calienta lo que está frío. Guía los  pasos que se han desviado!

El don de Sabiduría

Abarcando a todos los otros dones, como la caridad abraza a todas las otras virtudes, la Sabiduría es el más perfecto de los dones. De la Sabiduría está escrito: “todo lo bueno vino a mí con Ella, y  riquezas innumerables me llegaron a través de sus manos”. Es el don de la Sabiduría el que fortalece nuestra fe, fortifica la esperanza, perfecciona la caridad y promueve la práctica de la virtud en el más alto grado. La Sabiduría ilumina la mente para discernir y apreciar las cosas de Dios, ante las cuales los gozos de la tierra pierden su sabor, mientras la Cruz de Cristo produce una divina dulzura, de acuerdo a las palabras del Salvador: “Toma tu cruz y sígueme, porque mi yugo es dulce y mi carga ligera”.

Oración
Ven, Oh Espíritu de Sabiduría y revela a mi alma los misterios de las cosas celestiales, su enorme grandeza, poder y belleza. Enséñame a amarlas sobre todo y por encima de todos los gozos pasajeros y las satisfacciones de la tierra. Ayúdame a conseguirlas y a poseerlas para siempre. Amén. (Padrenuestro y Avemaría, una vez. Gloria, 7 veces. Acto de Consagración y Oración por los siete dones)

NOVENO DÍA
Tú, en aquellos que siempre más te confiesan y te adoran, en tus siete dones, desciende. Dales alivio en la muerte. Dales vida Contigo en las alturas. Dale los gozos que no tienen fin. Amén.

Los frutos del Espíritu Santo
Los dones del Espíritu Santo perfeccionan las virtudes sobrenaturales al permitirnos practicarlas con mayor docilidad a la divina inspiración. A medida que crecemos en el conocimiento y en el amor de Dios, bajo la dirección del Santo Espíritu, nuestro servicio se torna más sincero y generoso y la práctica de las virtudes más perfecta. Tales actos de virtudes dejan el corazón lleno de alegría y consolación y
son conocidos como frutos del Espíritu Santo. Estos frutos, a su vez, hacen la práctica de las virtudes más activa y se vuelven un poderoso incentivo para esfuerzos aún mayores en el servicio de Dios.

Oración
Ven, Oh Divino Espíritu, llena mi corazón con tus frutos celestiales: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Que nunca esté yo cansado en el servicio de  Dios sino que, por continua y fiel sumisión a tu inspiración, merezca estar eternamente unido Contigo, en el amor del Padre y del Hijo. Amén.  (Padrenuestro y Avemaría, una vez. Gloria, 7 veces. Acto de Consagración y Oración por los siete dones)

Fuente: http://www.corazones.org/